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sábado, 5 de septiembre de 2015

El patético reflejo de la realidad

El talante que demandó Julio Baldivieso solo pudo percibirse durante un par de instantes, los iniciales, cuando Bolivia presionó, incomodó y forzó a que Argentina errara. Duró un suspiro. Antes de los cinco minutos Lavezzi abrió la cuenta y puso al descubierto el poco menos que infinito abanico de errores que identificó la producción nacional hasta el final.

Se marcó mal ( o no se marcó), el equipo retrocedió (sin ton ni son), no tuvo casi nunca la pelota (el rival la atesoró en un porcentaje virtualmente sorprendente) y la reacción (respuestas) no existió.

Siete a cero. ¿Un papelón? No. Un episodio definitivamente previsible. La circunstancia que originó el partido fundamentó crudamente su desenlace. Y no es que los de Martino hayan desplegado una exhibición espectacular. Frente a semejante diferencia convirtieron una y otra vez, sin ignorar las dos o tres oportunidades que Vaca conjuró.

La distancia se generó en el paralelo que involucra la jerarquía individual. Ahí hubo un abismo. Ni siquiera la masividad de cambios inmediatos tras el descanso (nada menos que cuatro) modificó el escenario. El intento de variar el dibujo táctico sirvió de poco. ¿Sin el balón qué podía esperarse?

Entró Messi y en un rato convirtió dos veces, al igual que Agüero y Lavezzi. El restante lo firmó Correa. Y si algo le faltaba a una desgraciada noche futbolística, éste tuvo que ver, luego del epílogo, con algún desafortunado intento de invitar a Messi a intercambiar camiseta. Una mínima dosis de orgullo, por favor.

El horno no estaba para bollos, pero hubo quien no lo entendió de esa manera... En fin, tiene que ver con lo que se denomina actitud, que no solo se aplica a ribetes de juego. Hay demasiado por lo que preocuparse y poco tiempo —si de la clasificatoria se trata— para intentar enmendar el rumbo. Es verdad que mucho más no tenemos, pero rescatar el espíritu hace a lo absolutamente prioritario.

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